D. Francisco Villameriel Clemente
Buenas tardes fromisteños, buenas tardes afición, aquí estamos reunidos para escuchar mi pregón. Con él empiezan las fiestas, vaya tremenda ilusión.
Con este pequeño guiño al sermón de San Telmo y tras dar las gracias a la corporación por pensar en mí como pregonero de nuestros festejos voy a dar inicio intentando no aburriros. Cuando Fernando me llamó para decirme que habían pensado en mí para dar el pregón de las fiestas de San Telmo de este año, me quedé sorprendido por un lado, pero muy orgulloso por el ofrecimiento. Automáticamente le dije que sí, que intentaría no defraudar la confianza depositada en mí. Pero pasada la alegría e ilusión del momento me asaltaron las primeras dudas. ¡Vaya lío en el que me he metido!, pensé. Varias noches dándole vueltas preguntándome si sería capaz de estar a la altura de las circunstancias. “Lo mío no es hablar, lo mío es correr”, pensé, además ni puedo ni debo hablar de temas sobre los que mis conocimientos no me permiten aportar nada nuevo que no hayan dicho ya los que me precedieron en este menester. “Es muy sencillo,”, me dijo mi mujer al verme preocupado. “sólo tienes que ser tú mismo, no tienes que imitar a nadie, háblales de lo que has vivido y de lo que conoces de cerca”. Y eso es lo que voy a intentar: compartir con vosotros las vivencias de un niño de pueblo muy feliz al que la afición por correr le marcó para siempre. Porque seamos sinceros, este pregón no lo da Francisco Villameriel, lo da Paquillo, o Paco el que corre, que es como todos me conocéis. Paquillo, el hijo de Severiano y Honorata, ese niño siete jijas que se pasaba el día corriendo por las calles del pueblo. Corría a primera hora de la mañana para que mi madre no me castigara una vez más por irme sin desayunar al colegio porque no me gustaba el menú: sopas de ajo. Corría, junto a mis compañeros de clase, para que D. Nicanor no nos pillara en la era durante del recreo después de haber saltado la verja de la escuela día sí y día también. ¡Qué ingenuos éramos!. No nos pillaba fuera, pero a los diez minutos teníamos que estar delante de él en los pupitres. Y corría después de comer para no llegar el último al partidillo de fútbol en la era y quedarte de portero, lo que significaba media hora de aburrimiento sin moverte.
Pero no creáis que en Fromista sólo se podía correr. ¿os acordáis de la laguna a donde íbamos por la noche a coger ranas que luego nunca comíamos porque no nos gustaban; o de las tardes de verano en las eras con los cepos para cazar pájaros en los montones de trigo y cebada. Y lo mejor de todo, aquel juego de guardias y ladrones en las noches de julio y agosto, con todos los “chiguitos” del pueblo y los veraneantes. Nos juntábamos 50 ó 60 críos y nos daban muchos días las 2 y 3 de la mañana. Yo creo que de ahí vino también la afición por correr, porque como era un guindilla, los compañeros me elegían de los primeros y era de los últimos que cogían. Y en los pocos ratos libres que nos quedaban nos dedicábamos a la fruta, pero no penséis que a recolectarla, no. Era mucho mejor la que estaba prohibida: el moral de la Bruna, los manzanos de URBA, las peras de mi tío PACO, y sobre todo, las uvas y frutales del colegio DON ORIONE, y más raramente, porque estaba más lejos, la huerta de ROBUSTIANO.
Ahora que he mencionado DON ORIONE me vienen a la memoria muy buenos recuerdos de los domingos por la mañana cuando bajaban casi todos los chicos internos con sus guitarras y cánticos a alegrarnos la misa de 12 comandados por el padre VII o el VIII, que todavía no he entendido porqué no se podían llamar el padre Juan o el padre Antonio Y mejores recuerdos tengo todavía de los domingos por la tarde cuando los curas D. Lorenzo y D. Zacarías nos daban a los monaguillos dos duros de propina después de misa de siete. Con ese capital éramos los jefes del pueblo y nos lo fundíamos en la confitería de Juanito. Eran días de merienda de pan con aceite, de jugar al pincho, a pico-zorro-zaina, a esos partidos de fútbol en los bancos de San Pedro, a pesar del peligro de los coches que por entonces pasaban por la mitad del pueblo. Eran días sin ordenador, sin DS, sin móvil. Suplíamos las carencias que había con imaginación, ilusión y ganas, algo que quizá no hemos sabido inculcar a nuestros hijos, a los que les toca vivir otros tiempos y que disfrutan de su ocio de una manera muy diferente a la nuestra.
Bueno, no voy a continuar por estos derroteros porque la juventud, incluidos mis hijos, me acusaría de ser un chapas contado batallitas y no se trata de eso. Pero sí es verdad que crecer en un pueblo incide en tu personalidad, te aporta una serie de vivencias únicas que te marcan de por vida. Supongo que no siempre buenas, pero no fue ese mi caso. Ya de adolescente, y al tiempo que comenzaba a entrenar ya en serio, llegó el tiempo de ayudar en casa, en el campo, con los fardos en verano y con la remolacha en invierno y a diario atendiendo el ganado para no aburrirse. Tareas duras en esos momentos pero que me hicieron valorar otras cosas cuando empecé a salir fuera a competir. Valores que me inculcaron mis padres y a quienes agradezco desde aquí el apoyo incondicional que me dieron en los momentos más flojos, que alguno hubo. Aunque los resultados en las competiciones eran buenos, entrenar yo solo no era fácil. En varias ocasiones, cuando después de trabajar salía a correr por el pueblo me paró la guardia civil, yo creo que pensando que huía de algo. Ahora es más habitual ver a la gente haciendo “footing” por la noche, pero entonces no, así es que tomé la decisión de ser yo quien comunicara a los nuevos agentes que cuando vieran a uno corriendo no pensaran que había hecho algo malo. Y la verdad es que surtió efecto, porque a partir de ese día me saludaban siempre.
De cualquier forma, y como decía antes, no sé si fue precisamente el salir muy a menudo a competir fuera lo que hizo que me diera cuenta de lo importante que era mi pueblo. Supongo que cada uno está orgulloso del suyo, pero es que Frómista es muy conocida. Rara era la vez que cuando me inscribía para alguna carrera no hubiera alguien que dijera: “¿eres de Frómista?, ¡qué pueblo más bonito tenéis!. Y no veáis lo bien que sentaba eso, me hacía sentirme importante. Quizás nosotros no lo valoramos en su justa medida, porque siempre lo hemos tenido ahí, pero hablar de la villa del Milagro es hablar de la hospitalidad de su gente, de paseos por el Canal de Castilla, que, en mi caso, disfruto con verdadero placer en las épocas del año y que ofrecen una oportunidad de primera mano de ver a los peregrinos que nos visitan en su camino a Santiago. Y ¿qué me decís de San Martín, así con mayúsculas?. Nuestra joya de la corona. Perfecta en sus formas, austera en su interior. De pequeño efue el sitio de quedar en verano y de jugar en sus alrededores, y de mayor ha sido protagonista de acontecimientos importantes en mi vida, pero sobre todo tiene una gran ventaja y es que es muy fácil de vender, así entre comillas, aunque no por eso debamos cejar en el empeño de darla a conocer de todas las maneras posibles. Y qué mejor modo que usando la imagen como se hace con VESTIGIA, Leyendas del Camino, un verdadero espaldarazo a nuestra villa.
Así que, junto con el orgullo que siento por mi familia y mis amigos, aquí presentes y sobre todo preocupados por si no acudía nadie a oír este pregón, junto a esto os digo, no me ha sido difícil presumir de pueblo. Más difícil era explicar que en plena Tierra de Campos había nacido el Patrón de los Marineros. Y más difícil todavía es explicar la forma tan peculiar que tenemos de festejar a San Telmo. Difícil contar que tenemos dos procesiones, y que la una es cívica y la otra religiosa. El Ole. ¿Pero eso qué es? Nos preguntan. Anda, intenta explicárselo. En mis primeros escarceos con la fiesta me enfadaba con mis padres porque como era muy pequeño, no me dejaban meterme en el medio por temor a que me hicieran daño, así que me tenía que conformar con oír el sermón y a regañadientes para la cama, que se hacía muy tarde para los fuegos artificiales. Siendo ya mozuelo, no recuerdo la edad, tuve la mala suerte de que una de las muchas porras que se alzaban se cayese y fuera a parar a mi menuda cabeza, con el consiguiente susto y la brecha en la cabeza, lo que me obligó ese año a no poder seguir bailando. Pero El Ole me enganchó, y a pesar de ese incidente, en los últimos 40 años (qué mayor soy ¿no?) nunca he faltado a su cita, aunque a veces, cuando tenía competición fuera tuviera que meterme una paliza de kilómetros para llegar a tiempo y cumplir con el ceremonial. Antes en la casa de mis padres, y ahora en la mía propia, ponerme el buzo, las botas, calzado imprescindible para aguantar y, nervioso como un niño, coger mi porra para estar puntual a la puerta de la iglesia para dar la salida al Ole y sudar la camiseta, porque nuestra procesión es más larga que cualquier maratón que haya corrido. Porque lo curioso de esta carrera es que en vez de ser rápida tiene que ser lo más lenta posible y además no tiene ningún premio, sólo el placer de cantar y bailar unas seis horas.
Y es llegado a este punto cuando me vais a permitir, con la licencia que me otorga conocer muy de cerca nuestro querido Ole, hacer una reflexión en voz alta, una humilde opinión. Al inicio de este pregón he hablado con cariño de unas etapas muy importantes para mí, pero no dejan de pertenecer a una época pasada y yo he sido partidario siempre de mirar hacia delante y a ser posible con optimismo. A nuestro Ole le pasa lo mismo que a Frómista y lo mismo que al resto de los pueblos. A pesar de la valentía y la apuesta de los que en ellos viven de forma permanente, la población envejece y no hay relevo generacional. No podemos vivir con la nostalgia de otros tiempos creyendo que fueron mejores. No nos podemos engañar, esto merma cada año. Para bailar el Ole hay que tener ganas y condiciones físicas y puedes tener mucho de lo primero, pero el reloj biológico corre en contra de lo segundo. Porque el Ole no es sólo la salida de la iglesia y el sermón, que es cuando estamos todos, los de aquí y los visitantes que no se han marchado. Son seis horas de procesión que en algunos momentos tiene más miembros de la corporación y de la banda de música que de fromisteños, y aunque el “melenas” del bombo se implica como un judío más con esa marcha que tiene, con esto no es suficiente. Por decirlo en verso:
Mucha gente en la salida, mucha gente en el sermón, pero
a la hora de la cena no baila El Ole ni Dios.
Los tiempos cambian y hay que adaptarse, no nos podemos quedar parados pensando en que como es una tradición sobrevivirá a toda costa. Como dice el refrán: Renovarse o morir. Y esa renovación tiene que venir, sobre todo, de los jóvenes, de esa juventud que controla las nuevas tecnologías, que tiene otros hábitos y otros gustos acordes con la sociedad actual, que vive la tradición de una manera diferente a la nuestra, igual que nosotros la vivimos diferente a la de nuestros abuelos porque todo evoluciona. Ellos tienen que ser el motor pero tenemos que apoyarles, implicarnos todos y para eso hay que estar abiertos a los cambios, no podemos quedarnos anclados en el pasado. Ya sé que no existen fórmulas mágicas, pero no tengamos miedo a avanzar y si para eso hay que experimentar pues hagámoslo. Adaptemos la fiesta a nuestros tiempos, no sé si acortando la duración de la procesión o cambiando la fecha, no lo sé, de verdad, pero intentémoslo. No dejemos que se convierta en algo anecdótico.
Dicho esto cambiemos de tercio, que no es mi intención que nos pongamos serios, que es viernes y esto ya huele a fiesta. Eso sí, me ha confirmado San Telmo que no nos preocupemos, que aunque la fiesta se haga en verano, nevar no nevará, pero frío sí que hará.
Y esto se acaba, agradeciendo nuevamente la oportunidad que se me ha brindado para compartir con vosotros mis vivencias de un pasado no tan lejano, que son también las de muchos de los aquí presentes, os invito como pregonero y como judío a vivir los festejos y compartirlos con alegría y mucha ilusión.
La fiesta ha comenzado con este humilde pregón
vayamos a la iglesia a honrar a nuestro patrón
le llenaremos de flores como es la tradición
y cantaremos al santo con total devoción
viva San Telmo, viva Frómista.
MUCHAS GRACIAS A TODOS
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